Corría el año 92. Mi madre me invitaba a sentarme en el sofá de mi antiguo comedor para ver una película de dibujos animados. El plan perfecto para cualquier niño. Todo iba bien hasta que noté algo extraño. Apariciones. Espejismos. Héroes animados que estaban en el lugar equivocado. Algo fallaba en aquella película. A mis seis años tenía bastante claro que las Tortugas Ninja se emitían a las 17.30, los Pitufos a las 18.00 y Bugs Bunny & Cia. hacía su aparición estelar los sábados por la mañana.
Pero en aquella sobremesa del sábado el desconcierto se había apoderado de mí. ¿Qué cojones hacía Alf y la Rana Gustavo en el mismo espacio televisivo?

Entre el caos y la confusión de los muñecos se paseaba por allí en medio un chaval que tonteaba con lo que a mí me debió parecer un cigarro un tanto extraño. El caso es que el chaval, fruto de su adicción, caía en lo más profundo de las alcantarillas y gracias a las Tortugas Ninja, la paz, el orden y la bondad volvieron a reinar en su interior, jurando nunca más volver a drogarse.

Pues bien, esa información no sé muy bien como, quedó almacenada en algún lugar de mi cerebro. El caso es que el otro día, catorce años después, mientras viajaba en metro de camino a clase, pensando en mis cosas, mientras observaba el cableado de los túneles, vi la luz.
Vi a aquella Tortuga Ninja rescatando al pobre chaval drogadicto. Durante un momento volví a aquel sábado del 92.

Posiblemente la campaña antidroga que más cerebros lavó.



Lo mejor del vídeo: Papá Bush el cuentacuentos.