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El amigo invisible

Se acerca la Navidad. Implacable. Año tras año, con su correspondiente protocolo: se gasta un pastón en electricidad para que las calles de nuestras ciudades brillen con luz propia, se putea a los empleados de las tiendas y grandes superficies abriendo los domingos para que todos podamos hacer nuestras compras (por lo visto no hay tiempo el resto de la semana), nos arde el trasero debido al calentamiento global que genera la tarjeta de crédito dentro de la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, nos adentramos sin miramientos en la operación mazapán, en la que el que más el que menos, se planta en febrero con un quilito de más alrededor del ombligo y… jugamos a ese fantástico juego que es el amigo invisible.

Hasta ahora había tenido bastante suerte, me había ido salvando de participar en el amigo invisible, pero este año, en el trabajo, al jefe se le ha ocurrido la idea de acercase a nosotros, el proletariado, bajo el pretexto de que la Navidad son fechas de amor, fraternidad y armonía. Visto así, no parece tan mala idea.

El amigo invisible es un ritual en el que una serie de individuos escriben su nombre sobre una papeleta, la depositan en un cesto, una mano inocente remueve dicho cesto, para al final repartir estas papeletas entre los individuos, de manera que cada participante tenga la papeleta de otro, de su amigo invisible. Una vez repartidos los amigos invisibles, se fija un presupuesto y cada participante ha de comprar un regalo en base a ese presupuesto. Tienes que comprar un regalito a alguien de quien muy probablemente desconoces los gustos y/o te cae mal. Aunque sea el gilipollas de la oficina. Como has aceptado jugar, te toca comprarle algo. Puedes utilizar el amigo invisible para putear a alguien: se han dado casos en los que el afortunado ha sido obsequiado con un pollo a l’ast del Carrefour o un paquete de pilas alcalinas. Que pensándolo fríamente, son regalos bastante más útiles que los jarrones, figuritas de decoración varias y demás baratijas con las que se suele obsequiar al prójimo.

En todos los círculos siempre hay un rata y te tienes que mentalizar de que te va a tocar a ti. El rata es un tío que baja al eurochino de la esquina, compra cualquier gilipollez por un valor igual o inferior a la mitad del presupuesto, llega a casa, lo envuelve con papel de periódico y tiene los santos cojones de entregarlo con cara de “mira que cosa más guapa te he comprado”. Y tú, que te lo has estado currando porque te tocaba regalarle a la chica en prácticas y pensabas que gracias a esos finísimos pendientes, que aunque se escapaban del presupuesto has decidido regalarle porque un día es un día, ella sabría apreciar lo buena persona que eres, aceptaría que la invitases a cenar para acabar mordiendo tu almohada mientras le hacías el amor enfebrecidamente… pones cara de falso agradecimiento y le das las gracias.

Te dispones a cobrar tu recompensa. Antes de entrar a matar hay que evacuar, no sea que en medio de la conversación se te afloje el muelle y tengas que cortar la conversación con un "perdona, ahora vuelvo que mes estoy meando".
Tras descargar, te miras en el espejo, un último retoque. De pronto escuchas a la becaria cuchichear con las compañeras al otro lado del muro y tú, intentando enterarte de lo que están hablando, te subes a la taza del wc y entre equilibrios te enteras de lo horrendos que son los pendientes que le han regalado y que en cuanto llegue a casa los tira a la basura o se los regala a alguien.

Y ahí te quedas, subido en la taza del wc, jodido, con una estatuilla en la mano, sin plan, sin cena y sin cama.

Así que ya sabéis, os regalen lo que os regalen, aunque os haya tocado un paquete de pañuelos de papel disimulad con vuestro mejor “¡Ostia! ¡No tenías que haberte molestado! ¡Muchas gracias!” y daros con un canto en los dientes. He visto a gente adulta regalar figuritas de plástico como las de los Oscar con una inscripción debajo: “¡Al tío más guay de la oficina!”




Fdo. El tío más guay de la oficina.


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