Corazón de fuego, alma guerrera. Así era él.
Su espada todavía goteaba la sangre de los enemigos.
Bajo sus ordenes, su ejercito arrancaba ferozmente las cabelleras de los inocentes perdedores. Había vuelto a vencer.
Le contemplaban ya más de un millar de épicas victorias que expandían las conquistas del reino más allá de Asia Menor.
[...]
Semanas después, regresaba triunfal con sus fieles hombres para ofrecer el triunfo al Rey...
Pero cual fue su sorpresa cuando apreció que nada era como en anteriores regresos, algo había cambiado en el semblante de los ciudadanos. Los aplausos de antaño se habían convertido en desprecios e insultos, en afiladas miradas. Los más alterados incluso lo zarandeaban y humillaban a lo largo de su recorrido.
Aquellas circunstancias le obligaron a recorrer escoltado los apenas doscientos metros que le separaban de la puerta de Palacio.
Una vez allí, todavía aturdido por los gritos de ¡traidor! consiguió entrevistarse con su majestad.
[...]
Breve en su desafiante discurso y sin dar lugar a réplica al acusado, el rey lo condenó a morir abandonado fuera de las fronteras de la Corona, despojándolo así de toda su gloria.
Señalado por la multidud, aquel valiente guerrero fue inmediatamente apresado con violencia en una caravana, bajo la fulminante sentencia de destierro.
Viajó durante meses en condiciones infrahumanas. Durmiendo sobre sus propias heces. Torturado por los que un día fueron sus hombres. Sometido a las más infames vejaciones...
[...]
De pronto, una calurosa mañana de Agosto mientras ascendia las primeras dunas de Oriente, el convoy se detuvo.
Fue arrojado allí mismo, en aquel asfixiante desierto.
Únicamente dotado de un botellín de agua que en otro intento de burla por parte de los guardias había sido sustituido por orín.
Entre mofas, un representante de su majestad le dió una carta, seguidamente la caravana se alejó, difuminándose en el horizonte ante su agonía...


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